martes, 30 de septiembre de 2008

Ángel González (1925-2008)

Acorde con esta época que ahora empieza, os voy a dejar algunos poemas de Ángel González. Como una especie de homenaje al poeta.

El otoño se acerca

El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.

Voz que soledad sonando

Voz que soledad sonando
por todo el ámbito asola,
de tan triste, de tan sola,
todo lo que va tocando.

Así es mi voz cuando digo
—de tan solo, de tan triste—
mi lamento, que persiste
bajo el cielo y sobre el trigo.

—¿Qué es eso que va volando?
—Sólo soledad sonando.

Para que yo me llame Ángel González

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

Se marchó en Enero, con la música a otra parte, cargando con su poesía...

sábado, 27 de septiembre de 2008

Cuando se enciende la luz roja

Dicen que cuando te llega el momento, lo sabes al instante. Como tantísimas otras cosas de las que escribo, sólo son suposiciones: nadie volvió para confirmar si así es. Por otra parte, existen numerosas gentes que aseguran que a cada uno le corresponde una asignación, un momento fatídico -o no-, en el que es preciso que abandone la carrera en la que se empeña, que acabe en un fundido a negro.
Existe una manera de que el final no nos sorprenda, o mejor dicho, no nos llegue antes de tiempo y nos queden cosas sin tachar en la lista. Al leer esto, es posible que penséis que voy a hablar del tópico famoso del Carpe Diem, algo que por mi parte constituiría una tarea demasiado fácil; incluso cobarde, si apurase.
Cuando uno recibe una segunda oportunidad -a la que se puede llamar milagro, destino, azar-, debe tomarla como un simple aviso: algo debe cambiar, no marcha. Se podría intentar ejemplificar como una especie de piloto rojo que denota un fallo de motor en un coche, falta de fuerza -en su caso combustible-, o algún tipo de avería. Las segundas oportunidades son escasas, nadie da avisos. En algún libro leí que las segundas oportunidades son sólo para los que no tuvieron primeras. Es una manera más de percibirlo.
Al hilo de lo que contaba en el primer parrafo, también se dice que si tu momento no ha llegado, sabes que pase lo que pase saldrás adelante, no tiemblas y no tienes miedo, al menos de momento. Hasta que llegue la hora de la verdad, el miedo se mantiene en la mente de los de alrededor, sin prisa. Alguien escribirá alguna vez por aquellos que tienen el lujo de nacer una segunda vez; porque unas manos de pianista son más que necesarias: hoy más que ayer...

jueves, 25 de septiembre de 2008

El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon

Leela, que te va a gustar. Resuena en mi cabeza cuando lo cojo en mis manos -esta vez tras haberlo leído-, igual que resonó tantas veces antes de hacerlo. Es mi hermano el que lo decía, y fue ese dato el que me hizo leerlo. Tenía razón, mucha razón. En su contraportada, la novela dice que no se parece a ninguna otra, y es cierto. Al menos eso me pareció a mi, si me equivoco que alguien me corrija, por favor.
Quizás sea por su originalidad, por su frescura, o vayan a saber por qué; pero creo que esta novela debería ser lectura obligada en institutos (mi hermano la leyó gracias a ello) y centros de enseñanza. No por su calidad literaria, que no sorprende especialmente, sino por la virtud de esta de generar emociones tan diversas en el lector.
En El curioso incidente del perro a medianoche, nos encontramos con Christopher, un niño de 15 años que desborda por su inteligencia (sabe los números primos hasta una infinita cifra, controla con maestría las matématicas y se divierte resolviendo ecuaciones y problemas de lógica); pero que, sin embargo, tiene una gran dificultad a la hora de entablar relaciones personales, como si padeciese algún tipo de autismo. Una noche encuentra al perro de su vecina, la señora Shears, muerto en el vestíbulo; por lo que empieza una investigación personal, la cual le reportará grandes descubrimientos sobre su vida, que harán tambalearse el orden tan preciso que de esta tenía; y de la cual además surge esta novela, escrita en primera persona (por él).
Muy tierna y emotiva, de principio a fin; aunque también ofrece grandes momentos de tensión -incluso de tristeza y desolación- y grandes pinceladas en tono de humor. A eso me refería al hablar de la capacidad del autor de ocasionar distintos sentimientos al lector. Si tenéis recelo de empezarla, yo os animo a que lo hagáis, seguro que os deja un buen sabor de boca.

martes, 23 de septiembre de 2008

La novia cadáver, de Tim Burton y Mike Johnson

Al más puro estilo Tim Burton, La novia cadáver es una película de animación muy lograda, fotograma a fotograma, que además cuenta con un doblaje oríginal espectacular (Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Christopher Lee; y un amplio abanico de actores que prestan su voz a los cadavericos muñecos de la cinta).
Victor Van Doort llega a un pueblo oscuro en pleno siglo XIX para aceptar en matrimonio a una joven de buena familia: Victoria. Tras el ensayo de la ceremonia, nefasto para Víctor; éste huye y pronuncia sus votos en un bosque. Entonces, entra en escena la novia cadaver, que lo lleva a un infierno muy particular, donde se las ingeniará para resolver la situación.
La novia cadáver, que vivía un maleficio desde que su anterior marido la abandonase, sólo podrá volver a vivir allí si la desposa algún novio que de verdad la quiera. Entonces, llevará a Victor a su lugar, en el que conocerá los habitantes de un infierno un tanto especial; mientras su verdadera futura mujer, Victoria, espera que regrese para casarse con ella.
La película es muy burtoniana, con gran similitud a Pesadilla antes de navidad, producida y guionizada por Tim Burton; y destacan mucho los toques personales que éste le aporta. Destacaría de la cinta, sobre todo lo demás, la diferencia entre un mundo real grisaceo y triste, frío; y un infierno animoso, en el que todo es fiesta y "cachondeo" entre sus gentes. Esta diferencia se plasma también en las dos novias, de las que, personalmente, me quedo con la cadaverica, mucho más viva que Victoria. Me encantó, además, el momento reencuentro entre habitantes del más allá y "vivos", aunque en esos momentos más emotivos, los directores rompían siempre el climax con alguna gracia absurda, que a veces verdaderamente hacía reír, aunque otras en absoluto.
En definitiva, esta película dista mucho de ser la mejor obra del director californiano; aunque en ella se deja ver la exquisita maestría con la que trata el género de animación. Merece la pena verla, aunque tampoco has de esperar una obra maestra.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Sobre el otoño

El otoño... qué extrañeza me causa esta estación, sobre todo en los años que llega pronto, como antes de tiempo, como si tuviera alguna prisa por pasar rápido. Pese a ello, no me parece feo, ni mucho menos. Todo lo contrario, el otoño es bonito; llueve y el tiempo no es estrictamente el frío invernal de la navidad. Aún se ve gente por la calle, apurando los últimos momentos de sol caliente de la temporada.
Incluso el cielo parece triste en este periodo, como grisáceo y pesaroso, alicaído... a veces pienso que el también sufre al ver escapar el verano, y con ello sus vacaciones (en invierno tiene que trabajar con la llegada de la lluvia y las tormentas). Llegan los lunes de octubre, esas mañanas en las que levantar parezca una tarea imposible; y esas tardes-noches en las que la vuelta a casa en un tren; mirando por la ventana como la noche se recuesta sobre nuestro horizonte, saben a melancolía.
Me gusta el otoño, pisar las hojas amarillas que deciden que no más, que hasta ese momento quieren seguir colgadas de aquel árbol que lo único que les da es una especie de amor imposible. Y hablando de amores; me gusta el otoño, además, porque es esa época en la que si te fijas encuentras al amor tirado en cualquier acera, pero no importa, no contamina: el amor es biodegradable.
Nunca avisa de cuando llega, y su duración es inestimable ("el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno"); aunque su llegada avisa del invierno; y cuando aparece, cuelgan de su mano la melancolía y la belleza. Un otoño más, que se asentará pronto en la ciudad.

El cartero de Neruda, de Antonio Skármeta

Una historia más para contar. Eso es lo que me sugiere esta breve novela. Mario Jimenez deja su puesto de pescador para comenzar a trabajar como cartero. En su labor, sólo tendrá un cliente al que repartir cartas, aunque éste recibe una ingesta importante de misivas diarias. El cliente en cuestión no es otro que el poeta Pablo Neruda, que reside placidamente en su domicilio, a la vera del mar.
En poco tiempo, el cartero, con su impaciencia y su curiosidad; obligará al gran poeta a revelar un poco más de lo normal, su lado más desconocido: el humano. Con sus conversaciones con Neruda, y sus confesiones; el autor convertirá al poeta en uno de los personajes centrales de la trama.
El contexto histórico y social no es otro que Chile en tiempos de Allende y, posteriormente, el golpe de estado; por lo que también dejará entrever las afinidades políticas de Pablo Neruda, como su estancia en Paris, como embajador chileno.
Es una novela más, para poder pasar un rato con ella entre las manos. Me quedo, especialmente, con la conversación del poeta con Mario, sobre Beatriz y el romance que volvió loco a Dante, también del mismo nombre; y con el pasaje en el que Pablo Neruda manda a Mario una grabadora de voz con sus palabras desde Paris, y le pide un favor después de ellas.
Antonio Skármeta busca un retrato de una gran personalidad contemporánea y de sus vivencias y pesares hasta el final de la misma. Interesante, aunque tampoco diría que magnífica.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Las tres gracias

Mi abuela dice que de buen nacido es ser agradecido. Pues bien, no le falta razón, lo cual empieza a ser normal con tantos años vividos. La sabiduría del que envejece es innegable, como que el mal tiempo llegará este invierno y tendré que caminar bajo el manto frío de Noviembre.
Para ser agradecido, nunca supe exactamente cuál es el método. Me surge sin más. Supongo que habrá algún tipo de método o mecanismo dentro de nuestros cuerpos que ejerce esa -aparentemente- ínfima función. Continuaré diciendo que muchas veces pienso que en cada persona existen varias formas de agradecimiento, algo así como una especie de tres gracias, por compararlas con algo.
Ninguna de éstas es mejor que la otra, nadie tiene esa potestad en el planeta: por algo debe empezar el principio de que todos somos iguales -aunque verdaderamente debería enunciar que todos somos distintos, lo que propicía que haya relaciones entre nosotros-. Vuelvo a divagar. No sé donde me llevará este texto, pero quizás una de mis tres gracias se active, y la persona a la que quiera que se dirijan mis palabras lo reciba, como una especie de obsequio desinteresado.
Ya veremos si es así. De momento, seguiré intentando entregar mi mensaje en la botella a mis tres gracias, tan bellas y misteriosas como en tiempos milenarios.

martes, 16 de septiembre de 2008

Un lugar en Metrópoli

Y se adentró. La noche empezaba ya a desvanecerse, y pronto, quizás en minutos llegarían los primeros rayos de luz. Había caminado durante un rato, desde que salió de la fábrica, momento en el que decidió que no le importaba caminar hasta su casa; tenía unos días para descansar antes de volver allí otra vez. Esos momentos le gustaban. Sus piernas le llevaban, como en una especie de levitación, por las calles y los recodos de su ciudad, que de noche le parecía otra.
Por el camino: un coche de bomberos acudiendo a su llamada en forma de ascuas vivas, una pareja a lo lejos, esperando entre pasiones a la mañana; algún trabajador que acudía a su rutinaria tarea; gatos, perros callejeros, caminantes sin camino...
Sintió frío, y resguardo sus manos en los bolsillos; por lo que los brazos le quedaron formando una especie de forma, como encogidos, en jarra. Tenía que pensar algo para sobrellevarlo hasta su casa: pensaría en un baño de agua caliente, y nada más llegar, antes incluso de acostarse, lo tomaría relajado. Al principio parecía que surtía algún efecto, pero en seguida el frío recobró mayor fuerza.
Entonces, en su camino se cruzó un gato, se detuvo frente a él, con ojos brillantes. Le miró y siguió caminando, como si tratase de hacer alguna señal, por algún tipo de suerte. Pensó que no perdía nada de tiempo, aunque debatió internamente si debía o no hacer caso a esos pensamientos. Finalmente, emprendió el camino detrás de aquel animal, oscuro, con ojos amarillos, casi dorados. Atravesó un par de calles más, y el gato se coló entre dos árboles. Lo que detrás estaba lo desconocía, la oscuridad lo cubría con su frío manto.
Optó por pasar, y entonces, lo vio: un lugar maravilloso, que parecía improbable encontrar allí, en medio de la urbe. Una especie de enorme parque, lleno de árboles y flores; de todos los colores que quisiera Dalí en su paleta. Espectro, Atrapasueños, Nunca Jamás... cientos de ciudades ficticias y mágicas se le pasaron por la cabeza, pero ninguna acertaba a dar con lo excepcional de aquel lugar. Volvió a mirar al gato, pero sus ojos buscaban ya otra mirada con la que cruzarse...

jueves, 11 de septiembre de 2008

...cinco, seis... y siete

Existen pocas cosas peores que la séptima vida de los gatos. Ésta, por el miedo a morir del animal, pasa a transformarse en un sinvivir. La amenaza de la eterna tiniebla luce con claridad en su cabeza salvaje, ya pueda llegar en forma de atropello o en cualquier otra apariencia.
Tras seis vidas, el gato ahora ya no corre como antes, no salta entre tejados desde según que altura (ya no cae siempre de pie, y no puede permitirse el lujo de vencerse desde tan arriba) Es decir, el animal limita sus posibilidades drásticamente, cual viejo que siente cerca el final, en cualquier mal movimiento o caída.
Algunos gatos, sin embargo, hacen todo lo contrario: corren, brincan, saltan entre edificios, maullan como al principio; se juegan la vida a cada instante, para recordar las otras seis de las que han gozado con anterioridad. Pero, éstos, sólo constituyen una insignificante minoría.
Así, se podría llegar a argumentar que los gatos, en realidad, gozan de seis vidas; y malviven una séptima, sabiendo que ya no habrá octava. Pero, como dije antes, sólo se trata de suposiciones, sin fundamento, y mucho menos con sentido.

Farenheit 451, de Ray Bradbury

Farenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde. Así es, en un futuro próximo, una patrulla de bomberos con el emblema del 451 y la salamandra en el brazo, realizan una labor no muy propia de su trabajo. En ese entonces, los bomberos han cambiado su cometido, y en lugar de sofocar llamas, las provocan, contra los libros; porque está prohibido leer y pensar, ya que según el gobierno impide ser feliz, y no es posible, hay que ser feliz obligatoriamente, sin excusas, suponiendo el incumplimiento de estas órdenes consecuencias nefastas.
En esta obra, Ray Bradbury crea un futuro muy desalentador, dominado por las innovaciones tecnológicas y los nuevos inventos. Dice el autor: El tiempo se ha dormido a la luz del sol del atardecer. En esa situación se encuentra Montag, uno de los bomberos que se dedican a quemar libros; cuando conoce a una chica peculiar, Clarisse McClellan; una muchacha que dedica su tiempo libre a pasear por el parque, a observar a la gente, y a vivir sin preocupaciones. Algo se activará en la mente de Montag, en lo que será el comienzo de la historia.
El autor crea una historia increíble en la que los verdaderos protagonistas, lejos de ser integramente Montag éste; son las personas con las que se encuentra en su andadura: Clarisse, que altera el equilibrio mental del bombero; Beatty, el antagonista, que ataca a Montag con gran lucidez; o Faber, el antiguo maestro de literatura, gran personaje.
Una breve narración, que constituye un reflejo de una sociedad inventada en un futuro, pero que guarda en su más profunda lectura, una crítica a la sociedad americana de los años cincuenta. Muy buena, ahora me queda ver la película que dirigió Truffaut sobre la novela, de la que me han hablado muy bien. Ya os contaré.

martes, 9 de septiembre de 2008

Locura, llévame contigo...

¿A quién llamáis loco? Detenéos a observar a vuestro alrededor, comprenderéis que todo lo que habíais creído hasta ahora se desvanece, y tal vez los locos no sean más que ustedes, sorprendentemente. Béndito al que llamáis loco, pues de su boca salen las palabras más coherentes sobre el mundo en el que vivimos, todos.
Mírome, sentado en un escritorio rojo, como según dicen algunos: la pasión, no sé si creerlo -¿por qué no puede ser azul o verde?- o no creerlo. Mírome, andaba diciendo, observando mi propio mundo y el de los que a mi se adhieren, como inevitables vecinos; y quedando perplejo a cada acción de éstos y aquellos.
¿De qué te sorprendes?; habla una voz que no reconozco en mi cabeza -quizás sea mi propia voz, dicen que desde dentro se escucha distinta- y que me incita a divagar por pensamientos forjados en la base del aburrimiento. Me sorprende, pues, la locura de aquellos que son capaces de llamar locos a los que no se ajustan a sus cánones; porque hoy en día los locos son las personas más brillantes, los más sabios. Sólo tenéis que dedicar un par de minutos a escucharlos. Todo se basa en las oportunidades dadas.
De esta manera, locos llamáis hoy a los que son capaces de leer los labios, a los que siguen unos principios morales distintos a los vuestros, a los que escriben palabras invisibles en los espejos, a los artistas callejeros... De locos está el mundo lleno, en la misma proporción que de cuerdos, como así los hacéis llamar; y es que en toda persona conviven ambos. Si no lo creen, busquense en los adentros... y disfruten del resultado.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago

"Aquella noche, el ciego soñó que estaba ciego". Cuando alcancé el ejemplar de Ensayo sobre la ceguera, de entre las estanterías de la biblioteca, lo abrí por una página al azar; y caí en la 25. La que encabeza este texto fue la primera frase que leí. Entonces, si ya llevaba idea de sacarlo para leermelo, aquella frase hizo que las ganas se multiplicasen y me quedase claro que era ese el siguiente libro en el que me sumergiría. Eso, y una serie de coincidencias anteriores.
Me ha sorprendido muy gratamente el escritor portugués José Saramago. ¡Qué prosa, qué historia, qué forma más exquisita de narrar! Me atrapó desde que recaló en mis manos hasta hoy, hace un par de horas, cuando cerré la última de las páginas, entre el desconcierto, e incluso terror, que me sigue ocasionando pensar en una historia como la que narra.
El escritor consigue crear una obra maestra sin mencionar un solo nombre de algún personaje (la chica de las gafas oscuras, el primer ciego, la mujer del médico), a los cuales envuelve en una misteriosa epidemia de ceguera que se extiende por el pueblo sin apenas dar tregua a los habitantes. El gobierno decide ponerlos en cuarentena, lo que provocará que se cree un complejo sistema social entre los propios internos.
Me ha encantado esta novela. Para destacar: algunas descripciones de cosas tan imperceptibles a los ojos poco atentos, como el agua deslizandose por el cuerpo desnudo de una mujer en pleno diluvio, o las descripciones de los personajes (de los que me enamoraron la chica de las gafas oscuras, el viejo de la venda en el ojo y la mujer del médico). También he de subrayar la magnífica descripción de las sensaciones y el horrible drama de esta última.
Una novela que se antoja dura y angustiosa por momentos, imaginando que esta historia pudiese llegar a tener lugar en el mundo actual; llegando incluso a ponernos en la piel de los personajes. Magnífica obra de Saramago, que a partir de hoy hará que aumente la lista de mis autores favoritos. Fuertemente recomendable su lectura.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Madrid

Levito con los pies en el suelo cuando me desplazo entre sus recodos. Las calles son bellas y el cielo nunca termina de teñirse de un color determinado. Las mañanas son calurosas en verano, y muy frías en invierno; pese a que nunca terminan de tener un clima concreto. Es ambigua, la ciudad a la que se viene a olvidar, quién sabe qué. Dando un paseo observo un zapato colgado en una reja, quizás sea el de Cenicienta, pienso. Las pequeñas calles del barrio de Malasaña me relajan, me llevan a un paseo mucho más tranquilo. Continúo: Retiro, Lavapies, Chamberi...
En esta ciudad el verano es, a veces, perfecto: las calles están vacías (todo el mundo huye a la playa) y se puede caminar sin verte dentro de una aglomeración de turistas y castizos. Otras veces no: el calor es insoportable. Por su parte, el invierno tarda en llegar un suspiro, y todos los años llega practicamente en dos días, y sin apenas avisar. A pesar de todo, me gustan los inviernos en Madrid. Ver caer la noche en un día lluvioso es bello y muy cinematográfico, mucho más si es desde el cristal del tren.
Adoro esta ciudad, aunque a veces sufro un brote de odio hacia ella y quiero dejarla atrás en mi camino, huir a otros mundos y otras villas. Sin embargo siempre deseo volver cuando estoy lejos, volver a ver sus calles, sus gentes; sentir su ambiente, oler la lluvia sobre sus losas; leer en sus parques... Como dice Ismael Serrano, y coincidiendo con la vuelta de Septiembre: Maldita ciudad, no es tu mejor momento y aún estás hermosa. He de confesarte que te eché de menos. Agarro la guitarra y canto para ti. Qué bueno estar en casa. Vuelvo a Madrid.
Y pronto volverá el otoño...

lunes, 1 de septiembre de 2008

La metamorfosis, de Franz Kafka

¿Qué harías si te levantases y fueses un bicho? Pues eso es lo que tiene que pensar Gregorio Samsa, que despierta una mañana lluviosa en su cuarto convertido en un insecto. La historia, muy breve, cuenta la vida y las reflexiones del protagonista insecto. Poco se puede añadir a una obra de semajante categoría, asique yo me limitaré a ofrecer mis breves impresiones sobre ella.
Un relato breve pero muy intenso, en el que se dejan ver las relaciones y el tratamiento que la familia da a Gregorio tras el suceso ocurrido esa mañana. Encerrado en su habitación, que se convierte en un nido de polvo y trastos viejos; y olvidado por toda su familia, que le repudia y le odia.
Kafka muestra algunas de sus frustraciones, y su forma de ver el tratamiento que le daba su padre; gracias al cual se veía como un vulgar insecto olvidado y mugriento. Según algunos críticos, así es, y la novela del escritor polaco tiene matices autobiográficos, por lo que se hace aún más interesante al estudiar al ser humano desde un punto de vista interior.
Muy buena lectura, interesante, surrealista, fantástica donde las haya. Para ser sinceros, no es que me parezca una verdadera maravilla, aunque si tenéis oportunidad leerosla en un rato, es interesante y aporta nuevas ideas, que seguramente no hayáis tenido la oportunidad de conocer.

Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda

Cuando una película cuenta una buena historia, queda menos trabajo por hacer; y si encima el guionista es Rafael Azcona acompañado de Jose Luis Cuerda (La lengua de las mariposas, Amanece que no es poco...), mucho menos. Todo esto sigue en progresión ascendente si le añades un gran reparto (Maribel Verdú, Javier Cámara, Raúl Arevalo, José Ángel Egido...) Esto es lo que le ocurre a la película Los girasoles ciegos, adaptación de la novela de Alberto Méndez de idéntico nombre.
La película escoge una de las historias que cuenta la novela, la de una familia en la que de puertas para dentro todo se convierte en un secreto. El padre, Ricardo, interpretado por un genial Javier Cámara, se esconde de los militares en su propia casa, donde vive junto a su hijo pequeño (Roger Príncep; El orfanato) y su mujer, Elena, interpretada por la bella Maribel Verdú, grandísima actriz; que cuaja un papel sensacional, dejando escenas espectaculares para los ojos del espectador. Además de estos personajes, aparece la hija de la familia Elenita (Irene Escolar), que se fuga con su novio Lalo, un poeta de izquierdas que tiene que huir buscando la frontera portuguesa (Martín Rivas).
Pese a parecer otra película más de la guerra civil, es distinta, ya que como decía el propio director, José Luis Cuerda; no trata de enfrentar el bien y el mal, ya que según comenta todos los personajes tienen un momento de bondad. Cuenta con un gran reparto, entre los que destacan Maribel Verdú, Raúl Arévalo, que hace que su personaje te haga sentir algo hacia él; y José Ángel Egido, que mantiene unas conversaciones geniales con Salvador (Raúl Arévalo).
Si tuviese que destacar algo, destacaría las dos escenas más dramáticas: en la que Ricardo grita envuelto en rabia y locura y Elena sólo puede calmarle con su amor, con un plano contrapicado excelente; y la escena del grito de Maribel Verdú, para mi la más desgarradora de la película.
Desgarradora y emotiva, trata sin miedo la época de la posguerra, sin caer en comparaciones y dejar entrever posturas. Muy buena película, que se recordará seguramente como el último guión de Azcona.