jueves, 26 de febrero de 2009

V de Vendetta, de Alan Moore y David Lloyd; o sobre como hacer una revolución

La palabra "revolución" es muy socorrida, y uno de los términos más utilizados, sin que tengamos, apenas, conciencia de lo que significan. Una proceso revolucionario es algo transcendental, capaz de cambiar el mundo. Algo realmente memorable, sí se hace en condiciones. Hoy en día, una revolución suena a algo antiguo: a la revolución francesa o a la bolchevique, ambas causa de un cambio radical en el mundo.
Pero si hoy, en tiempo de crisis aguda, llegásemos a caer -otra vez- en tiranías ilógicas y discriminantes con el diferente; se podría volver a considerar necesaria una rebelión. Eso es lo que plantea la novela gráfica que acabo de terminar, y que me ha entusiasmado, mucho más que la película, que había visto antes de leerlo: V de Vendetta.



La vendetta es un término que significa venganza. Y la venganza, dicen, se sirve en frío. Así parece el carácter del personaje principal del cómic, V, que tras rescatar a Evey, una prostituta de 16 años, de las garras de los agentes del Dedo; trata de legar a la muchacha su ideal revolucionario -con mucho sentido-, para que juntos consigan cambiar el sistema.
La trama es exquisita, dibujada y dialogada con maestría. El personaje central es uno de los mejores personajes que he leído en los últimos tiempos -en eso acierta la película-, educado, apasionado de la cultura, romántico... El final, desde mi punto de vista, es mucho mejor que el de la película, si bien habría suprimido un par de páginas del último episodio -aunque tampoco está mal que aparezcan-. Cuestión de gustos. Minuciosidades.
Nunca me declaré un fanático del cómic. A pesar de ello, este libro va más allá de eso. Este libro cuenta una historia, transmite un ideal. Cuenta la historia de algo que podría pasar en el futuro, si no mantenemos la mente alerta y la memoria fresca. Los ideales nunca mueren.

Marina, de Carlos Ruiz Zafón

Todos los escritores tienen entre sus novelas alguna favorita. Para Zafón, según dice en el prólogo, ésta es la favorita entre sus creaciones. Como es habitual en este escritor, su novela se ambienta en Barcelona, en esta ocasión en los años 80. El retrato de la ciudad es, como acostumbra, detalladísimo y muy especial.
Como es propio de su estilo, las descripciones se hacen muy extensas y, en numerosas ocasiones, innecesarias totalmente. Pese a ello, Zafón trama una historia de amor, pura, de las de siempre, a raíz de un lío entre antiguas empresas, que vuelve a la superficie de la ciudad más cosmopolita.
La que hace que todo esto salga a la luz de nuevo, involuntariamente, es Marina, que tras conocer la afición de su nuevo amigo, Óscar Drai, por los misterios sin resolver, decide llevarle al cementerio antiguo de Montjuic, para ver una extraña mujer completamente tapada de negro a la que observa desde hace tiempo. La mujer visita una lápida sin nombre, con tan sólo un símbolo tallado en el mármol.
La historia de amor se entreteje entre la casa de Marina y Germán, su padre; y las calles de la ciudad de Gaudí. Por otra parte, el argumento misterioso de la Velo-Granell, se va resolviendo -no sin la pertinente investigación- en los laberintos de calles del Barrio Gótico y el Raval. Zafón, fiel a su estilo, crea una historia de amor que se entrelaza con la historia de misterios, magia e investigaciones.
En el epílogo, el autor deja entrever que esta historia está fundamentada en una historia real. Con un final que, desde mi punto de vista, es el más emotivo de todos sus libros, consigue crear el sentimiento que le faltaba al resto de la novela. Una novela para entretener, lejos de obras maestras y grandes títulos que recordar, pese a no ser mala.

martes, 24 de febrero de 2009

La atracción de los cuerpos

Existe alguna ley de la física que enuncia que dos cuerpos se atraen con la fuerza correspondiente a la suma de sus pesos. Sin embargo, en mis habituales caminos de un lado a otro, no veo a muchas personas que caminen en pareja, y mucho menos con cercanía. Está en auge un mundo solitario y egoísta.
Supongo que el físico que enunció dicho principio, antes de hacerlo, sufrió un episodio de atracción violenta con algún otro cuerpo, colindante con el suyo. Un episodio de atracción inevitablemente parecido al que experimentan los protagonistas de El último tango en París. Posiblemente, también terminarían haciendo el amor en un piso de alquiler vacío. Para él, en aquel momento tuvo sentido el principio que se le vino a la cabeza. Para el resto de humanos no sirve.
Queda patente que no está de actualidad, precisamente. Salta a la vista. Si buscas un sitio en el vagón de un tren, al que acabas de subir, prefieres sentarte, solo, en un espacio para cuatro personas en el que nadie te importune en tu lectura, y donde puedas subir tus pies en el asiento de enfrente. Haced la prueba. Es así. Pero quién sabe si al despreciar esos asientos, en los cuales sí habría gente a tu alrededor, no estás dejando atrás a una persona maravillosa, a un potencial amigo o, incluso, al hombre o la mujer de tu vida.
Tal vez, lo correcto, ahora, sería reescribir dicha ley. Bastaría con incluir una simple aclaración, pues queda demostrado que los cuerpos no se atraen por si mismos. Sólo en algunas ocasiones concretas. Por lo tanto, el enunciado se asemejaría a esto: "Dos cuerpos se atraen, sólo en algunas ocasiones, con la fuerza correspondiente...".

jueves, 19 de febrero de 2009

La Ciutat Vella

Creo que nos están siguiendo, compañeros. Caminando por la Ciudad Condal, miro con el rabillo del ojo hacia atrás y sospecho dragones, hadas y artistas urbanos. Barcelona me enamora, desde siempre, desde el momento en que empecé a rondar la fotografía, aunque por aquel entonces no hubiese pisado sus limpias calles ni una sola vez.
Barcelona, ciudad de cultura, o de culturas. Caminar por Las Ramblas, rodeado de artistas, mimos, modernismo, y tomar un descanso en el café El Bosc de les Fades. La mezcla de culturas la hace cosmopolita, y ese punto de antigüedad que aún perdura en sus calles, la hace inolvidable. Más arriba encuentro el Mercat de la Boquería, realmente inesperado, un rincón que merece la pena, desde su portón hasta el último espacio de venta.
Desde el cielo, parece como si Gaudí, Picasso y Dalí se hubiesen reunido en una de sus tertulias, en Els Quatre Gats de su reino celestial, para jugar con las calles y con los taxis amarillos y negros, haciéndolos pasar por la plaza del Colón, la Diagonal o la Via Laietana. Tallan el ritmo diario de las gentes, cordiales, y del tráfico, cuantioso.
Modernismo en La Pedrera, la Casa Batlló, la Sagrada Familia o el repleto y asombroso Parc Güell; todo acompañado de vanguardia y skaters. Me cautivan sus arterias, me fascina su atmósfera, sus desniveles, sus funiculares, el Tibidabo, el Parc de la Ciutadella, o el Barrio Gótico, con sus edificios entintados de oscuro, sus travesías lúgubres y recónditas plazas, donde encontrar la paz interior, como la Plaça del Rei -allí se quedó la mía-, y su gran catálogo de arte urbano: graffiti, pegatinas...
Escenas cotidianas dejan lugar a un cierto vapor de magia, que acompaña cada día a sus gentes. Adornado con el mar, todo ello hace de Barcelona una villa memorable. No hay ciudad mejor que aquella en la que se filtra el olor a sal de mar entre las calles. Al igual que no hay nada más reconfortante que un paseo por la Ronda del Litoral, con músicos que tocan reggae, o tangos, coreados por la brisa.
Mira hacia atrás, amigo, nos alcanzan tres hombres. ¿Cómo que quiénes? Ese hombre de cuidada barba blanca, el señor calvo con ojos saltones y el caballero escuálido con ese fino y elaborado bigote negro. Avanza, no pares, y cuando vayas a Barcelona, lleva contigo una cámara.

Palau de la Música Catalana. Autor: Yo
Todas mis fotos de Barcelona en mi Flickr

sábado, 14 de febrero de 2009

Carta anónima de amor a cualquier mujer

Querida, déjame que te escriba hoy, en una noche tan apacible y solitaria como ésta. Porque desde que conozco de ti, no puedo dirigir mis pensamientos en otra dirección, y todas las canciones se acuerdan de ti. Desde que te vi dar el primer paso, no sé si en falso, no paro de recordar el contoneo de tu cuerpo al salir por aquella vereda.
Hoy, ya, cada línea que rasgueo está destinada a que tú la leas. Por la simple y absurda premisa de que me enamoro de ti cada vez que te veo, cada vez que mesas con los dedos tu cabello: largo, corto, liso, rizado... Y me miras, con tus ojos grandes o pequeños, sin saber -o tal vez conociendo- que yo te estoy contemplando, y que mi admiración hacia ti crece por lapsos.
Por la razón de que no he encontrado un perfume más arrebatador que el de una mujer, como tú, como tantas otras. Porque no puedo enamorarme solo de ti; déjame que te ame, mujer, déjame que me enamore de ti en otros cuerpos. Por ti siento amores baratos, de un rato, amores largos, de los que duelen profundo, de los que renacen en algún amanecer rojizo.
Contigo he desenmascarado lo peor del amor, me he dado cuenta de que los besos, a veces, no saben a nada, y eso duele, mucho. Me he dado cuenta, también, de que cuando se acaban, lo que queda es una habitación vacía, encharcada de la esencia que antes exhalaba. Además descubrí que el sabor de éstos se detecta con la punta de la lengua, y de que los más bellos son los robados, en un tren, en una escalera.
Y de que siempre guardarás en ti una pasión, una amistad, un apego. Déjame seguir enamorado de ti, de todas las mujeres del mundo; pues no, no muero de amor, muero de ti, mujer, sólo de ti.

jueves, 12 de febrero de 2009

Puro Cortázar: 25 aniversario de su muerte

No cabe duda de que, hoy, el sepulcro más visitado de Montparnasse será el suyo. Su lápida se llenará, como es costumbre, aunque esta vez seguro que más, de pequeños trozos de papel con dibujos de rayuelas, que acompañarán al cronopio que yace junto a él. Ya se habrá dado cuenta, supongo, de que hablo de Julio Cortázar.
Hace hoy 25 años, un 12 de febrero como éste, fallecía el que posiblemente sea uno de los máximos exponentes de la literatura latinoamericana. Lo hacía en su casa, en su ciudad predilecta, París, en la que vivió durante los últimos años de su vida, y en la que ambientó algunas de sus obras, como su gran novela, Rayuela.
El escritor argentino –nació en la embajada argentina de Bélgica- comenzó a publicar poemarios bajo seudónimo. Su nombre por aquel entonces era el de Julio Denis. Al poco tiempo, otro grande de la literatura latina, Jorge Luis Borges, comenzó a publicarle alguno de sus relatos en su revista: Anales.
Tenía un humor extraordinario, propio del surrealismo en el que se vio inmerso, y su vida se basaba en la lectura, que alternaba con la escritura y su labor docente en Buenos Aires. “Mis experiencias fueron siempre literarias. Vivía lo que leía, no vivía la vida. Leí millares de libros encerrado en la pensión: estudié, traduje. Descubrí a los demás sólo muy tarde”, manifestaba en una entrevista en 1975.
Su nombre vuelve a estar, actualmente, en boca del mundo literario, gracias al descubrimiento por parte de su primera esposa, Aurora Bernárdez, de una cómoda en su casa, a finales de 2006. En ella guardaba textos inéditos, junto a multitud de cartas y misceláneas, que verán la luz en Mayo en una recopilación que servirá como homenaje al aniversario de su muerte. Papeles inesperados.
El autor de Bestiario siempre se codeó con los grandes personajes del mundo de la literatura. Pablo Neruda, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, de quien se dijo que inspiró la Maga, el personaje femenino principal de Rayuela –aunque parece ser que no fue así, sino que la musa fue Edith Aron-, o el propio Borges; fueron algunos de los muchos que cautivó gracias a su estilo enrevesado e irónico en ocasiones, y con una dulzura y lirismo excepcionales en otras.
Cortázar murió dos años después de que su segunda y última esposa, Carol Dunlop, falleciese. Murió de leucemia, aunque ya una profunda depresión le había invadido el cuerpo. Es costumbre dejar una copa de vino, junto a los dibujos de las rayuelas, en la tumba donde descansa junto a Carol Dunlop. Seguro que, hoy, cuando nadie mire, se levantan y brindan al unísono por él. Todo un genio.

Publicado en Opinar.net


Dibujo de Julio Cortázar, hecho el día 6 de febrero de 2009

miércoles, 11 de febrero de 2009

Historias de cronopios y famas, de Julio Cortázar

Casi coincidiendo con el 25 aniversario de su muerte -del que hablaré con seguridad, hoy o mañana- he leído las Historias de cronopios y famas de Julio Cortázar. Se trata de un conjunto de relatos y textos breves, sin ninguna temática conjunta, salvo los propios cronopios y las famas, al final del texto. La palabra sería miscelánea.
Como siempre, Cortázar dota a sus relatos de un humor exquisito, derivado del surrealismo que vivió en sus años en la ciudad de París. Poetizando lo banal y lo más ínfimo, se le podría considerar como uno de esos escritores que engrandecen lo pequeño.
Escaleras, espejos, bicicletas, un patíbulo, y multitud de elementos más, se convierten en protagonistas completos de sus páginas. Destacables una importante parte de sus cuentos, me quedo, ahora mismo, de memoria, con Conducta en los velorios, Instrucciones para subir una escalera, el Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj o Simulacros, entre otros. Alguna vez en mi vida me encantaría llegar a adquirir la habilidad narrativa y descriptiva del señor Cortázar.
Sé que la tarea será muy difícil, por eso, mientras escribo y escribo, sigo inmerso en su lectura. Por eso de que dicen que de todo se aprende, y que todo se pega, menos la hermosura. Escribiré, pues. Y tú deberías hacer lo mismo.

lunes, 9 de febrero de 2009

La no-fábrica de chocolate

Visité, hace justamente hoy 23 años, 16 meses y 43 días, el lugar más extraordinario en el que haya estado nunca. Muchas veces después he vuelto en el recuerdo allí, aunque nunca fue lo mismo que entonces. Otras tantas veces, me empeñé en convertir otro lugar en el más asombroso en el que hubiese posado mis cansados pies, pero fue imposible, ninguno superaba a este.
Tras caminar aproximadamente 3 kilómetros, 200 metros y 47 pies, y tras apoyar por último el siniestro, topé con una antigua verja. Me encontraba en los alrededores de alguna villa o ciudad interior: Astorga, Mijas o Sepúlveda, por ejemplo. Como iba mirando al suelo, despreocupado, tuve que levantar mi vista, que tardó un instante en acostumbrarse al cambio de tonalidad que suponía aquello en mis retinas.
Al redirigir éstas al punto donde terminaba aquella verja, pude leer: "Fábrica de chocolate. Fundada en 1867. En funcionamiento". No creía que ese cartel tuviese aún vigencia, pero pese a lo abandonado que parecía aquello, me dispuse a entrar, pues tenía hambre y un poco de chocolate podría estar bien. La puerta de hierro oxidado chilló y, aunque parecía que no había actividad en aquel recinto, al mirar la chimenea observé que salía algo de humo.
Lo primero que encontré tras el umbral de la puerta fueron unas escaleras picassianas, que no sabía muy bien si debía tomar. Me recordó a aquella historia con fracaso de los personajes de Historia de una escalera. Quizás Buero Vallejo se inspirase con esta escalera, pero lo dudo. Dudo que nadie haya pasado por aquel lugar, salvo los empleados, si es que los había. En aquel momento lo dudaba, y mucho.
Me decidí a ascender por la escalera y al final llegué a una estancia en la que, sí, había trabajadores del chocolate. Aquella fábrica seguía en funcionamiento, como rezaba el cartel de la entrada. Me quedé fascinado. La cadena era larga, y, desde arriba, en ella se veían multitud de tabletas muy apetitosas. Pensé que aquello era el último eslabón.
Instantáneamente -lo cual me pareció muy raro- un empleado me cogió del brazo y me dijo que me enseñaría la factoría. "Esta es la primera fase" -dijo-. Yo quedé fascinado, y pensé que había errado al decírmelo, pues las tabletas ya estaban enteras. Al pasar a la siguiente sala, vi como los empleados separaban cada tableta en pequeñas onzas. Varios se comían a hurtadillas algunas.
Tras unas cuantas salas yo continuaba con mi asombro. Llegamos a la última habitación, que para mí hubiese sido la primera. En ella, los empleados recibían chocolate molido y, cuidadosamente, hacían de él pequeños granos de cacao. Fascinante -pensé-, aquí todo va al revés. Convierten las tabletas en grano de cacao.
No había salido de mi asombro, cuando mi guía me anunció el fin de la visita. Al salir por la puerta, me uní a varios empleados que desfilaban, al término de su turno. Vi como llevaban escondidas tabletas de chocolate defectuosas, con las que no se podía trabajar, y que deberían haber sido depositadas en el contenedor de "Taras". Pero, ¿quién se resiste a una tableta de chocolate?

viernes, 6 de febrero de 2009

Sobre la fotografía (III). La óptica

En realidad no sé qué es lo que pretendo cuando me pongo a escribir estos breves sobre la fotografía. Tal vez hacer algo tan inigualable -y sin embargo parecido- a todas esas instrucciones de Cortázar. Una especie de manual literario sobre cómo se debe utilizar el arte de la fotografía. O alomejor un conjunto de epígrafes que hagan comprender por qué me lanzó a la caza de instantáneas siempre que tengo oportunidad.
La óptica es el objetivo. Pero no siempre el objetivo es la óptica. Dependiendo qué acepción escojamos, tiene varios significados. Cuando te familiarizas con una cámara de fotos, la tomas como a un ser querido, alguien de la familia, una inevitable prolongación de la manga de tu abrigo; de tu mano, en caso de no llevarlo.
El objetivo, al igual que el ojo, nunca engaña. Las sonrisas que capta en la película -en el sensor, en caso de usar lo digital-, son completamente reales, están ocurriendo. Otra cosa es lo que ocurra a espaldas de tu cámara, sin que tú te enteres, sin que vosotros os enteréis.
La vista de los humanos tiene limitaciones, como todos sabréis, y por mucho que elijas un gran angular es imposible que llegues a ver lo que ocurre en tu retaguardia. Tan solo podrás si optas por hacer una panorámica, pero en ese caso girarías tu cuerpo, y ya no sería tu retaguardia lo que estarías mirando. Es importante controlar esto. Es importante conocer tu equipo y sus limitaciones, en la vida también. Si no, estás perdido.

jueves, 5 de febrero de 2009

Cosmética del enemigo, de Amélie Nothomb

En estos días, en los que tengo tiempo, lo aprovecho con la lectura. Es cierto que para leer esta breve obra no se precisan más de un par de horas, aproximadamente, aunque no por eso tiene menos calidad, o es peor libro que cualquiera que te estés imaginando. Nunca había oído hablar de Amélie Nothomb, hasta que mi amigo Lorenzo me habló de ella en una aburrida clase de literatura -qué lástima, con lo bonita que es la materia, y lo aburrida que la hace nuestro profesor.
Bueno, a lo que iba, cuando me habló de ella, tenía este libro entre las manos. Ya te lo dejaré cuando lo lea, me dijo, y el martes, un par de meses después, asi fue. Cuando iba a comenzar a leerlo, en la biblioteca, descubrí que la autora japonesa de nacimiento -de nacionalidad belga- era reciente portada de una revista literaria. Me animé a leerla.
Cosmética del enemigo transcurre íntegramente como un dialogo en un aeropuerto. Tras un retraso en el vuelo que debe transportar a Jerome Angust a Barcelona, este es abordado, de forma un tanto brusca, por Textor Texel que, tras la insistente negativa del primero, consigue entrar en la dinámica de la conversación. Esta acabará perfilandose, a un ritmo trepidante e inusual, hacia un dialogo sobre el asesinato y la violación, entre otras muchas cosas.
Dice la crítica, según reza la contraportada de este libro, que con esta obra, la escritora Amélie Nothomb se consiguió superar a si misma. En este aspecto no estoy en condición de opinar, pues no he leído nada más, aunque creo que pronto podré hacerlo.


Castillos de cartón, de Almudena Grandes

Primer contacto que mantengo con Almudena Grandes. Me han dicho que este libro es de los mejores que tiene. Lo cierto es que a mi me ha encantado. Merece la pena, ya que es una lectura rápida, y la historia que cuenta es muy amena.
María José Sánchez, tasadora de arte, recibe una llamada de Jaime González, en la que es advertida del suicidio de su amigo común: el prestigioso pintor Marcos Molina Schulz. A partir de entonces, emprenderá un viaje a sus recuerdos de estudiante, cuando conoció a sus amigos, y a un trepidante triángulo que vivieron en aquella época.
Pese a tener una escritura algo tosca en ocasiones, la novela se hace corta, y pronto te sumerges en la historia por completo, debido a la primera persona, en boca de María José, con la que está contada. Un laberinto de recuerdos que nos llegan como si hubiesemos formado parte de ellos.
La historia, más allá de lo que es, estrictamente, el triángulo, tiene unos matices dramáticos, en algunos momentos, que me parecen dignos de mencionar. En ocasiones, la tristeza de la propia María José invaden las páginas, como si fuera la nuestra propia. Igual pasa con la alegría y demás vivencias.
Recomiendo su lectura. Me ha encantado la historia de estos tres artistas, o aprendices de ello, con trágico final, aunque desvelado al principio. Si decides leerla, espero tu opinión.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Canciones del suburbano

A las diez y treinta y siete minutos de la mañana, viajo en el Metro de Madrid, en la línea 7, la naranja. Un músico, acostumbrado a tocar en el metro, entra en el vagón. No sé con certeza cual será su nacionalidad, pero su hilo de voz suena latinoamericano. Con su guitarra, abrazada, como un fugaz amor, empieza a cantar una bella canción: Hoy tengo ganas de ti.
Yo, que viajaba leyendo, cierro mi libro para inmiscuirme en la tarea sencilla -y que tanto me gusta- de observar mi alrededor. El metro es un buen reflejo de la sociedad, creo. Los comportamientos son de los más variopinto, de todo tipo y variedad. A mi lado, hay un hueco libre y dos personas que leen a Almudena Grandes y a Hemingway. No son los únicos, gran parte del vagón tiene un libro en las manos. De todo tipo, como las conductas.
Me llama la atención una pareja de chavales, muy jóvenes, que se abrazan y se miran, tiernos. Sí, esa es la palabra, ternura. La escena, junto con la canción cantada por el músico, se me antoja preciosa. Ella le mira, y sonríe, fácilmente, a él parece no costarle ninguna dificultad que ella lo haga. Se besan, sabiendo, quizás, que tienen que aprovechar cada segundo, que su amor algún día se acabará, todos lo hacen, y hasta entonces tienen que disfrutarlo, para que no se quede ningún beso sin dar. Aunque dicen que los más bonitos son los que nunca llegan a darse.
Quiero apagar en tus labios, parece decirle con la mirada, la sed de mi alma, la canción habla por ellos, y descubrir el amor juntos cada mañana. La voz se les acerca sonriéndoles, y les canta al lado. Sonríen con vergüenza, ella incluso esconde la cara en su pecho. Casi todo el vagón mira la escena, enternecidos. Son jóvenes, y todos quisieran volver a serlo.
Todo amor debería ser como un amor adolescente. Es el más apasionado, aunque tal vez ninguno pueda llegar a ser fructífero nunca. Todo amor se apaga al final, y ellos lo saben. La canción termina -como algún día su historia lo hará-, los chavales echan monedas en la mano del músico, que les regala una sonrisa y un sincero apretón de manos. Algunos en el vagón, incluso aplauden. Parece uno de esos momentos perfectos, dentro de la imperfección de la ciudad. Saco monedas, para el músico, por ese pequeño presente. Sonríe al recibirlas.

martes, 3 de febrero de 2009

Dublineses, de James Joyce

Dublín es una capital que no se suele conocer demasiado, salvo que seas un enamorado de ella o de los viajes. James Joyce hace un retrato de esta ciudad, en la que vivió, a principios del siglo XX, y con la que experimentó una relación intensa de amor-odio. En este libro, a través de un conjunto de relatos, de una calidad interesante, muestra el contexto de Dublín por aquel entonces.
Escribir sobre como escribe Joyce -válgame la redundancia- es completamente innecesario, para alguien que lo ha leído ya, y completamente inútil para alguien que no lo haya hecho, pues primero hay que leerlo. Fue el primer libro de ficción del autor de Retrato del artista adolescente, y merece la pena pasarse un rato con él entre las manos.
Los catorce relatos de Dublineses se basan en historias reales, en la realidad misma. Una pequeña historia es llevada a las palabras por el irlandés, que en ocasiones, hace pequeñas birguerías, aunque no todo son elogios, algunos de los cuentos se hacen pesados, sin llegar a pasar de algo normal. Destacan entre todos los cuentos, algunos como Eveline o Araby. Mención especial merece, por supuesto, la última historia: Los muertos. Esta sí que es una maravilla, en unas cuantas páginas. Algunos críticos y lectores lo catalogan como una novela corta. La historia, sobre todo el cierre, es magistral, de veras. Muchos de los personajes que aparecen en estos relatos, vuelven a hacer aparición posteriormente en Ulises, la gran novela de Joyce.
Si te apetece leer algo de este autor, es un buen comienzo este libro. Las historias no se hacen largas, en absoluto, y si ya leíste con anterioridad a Joyce, no hace falta que te diga como escribe y si merece la pena o no pasar un rato con él.

domingo, 1 de febrero de 2009

Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen

Mucho se está hablando estos días de Penélope Cruz y su María Elena de Vicky Cristina Barcelona. Posiblemente esta noche -en la gala que ya ha comenzado- se lleve el Goya a la mejor actriz de reparto por su interpretación. Aprovechando la coyuntura, hoy he visto la última de Woody Allen, para opinar mañana con criterio, por lo que puedan decir.
Vicky Cristina Barcelona es un film excesivamente "turístico", aunque con una historia de líos amorosos digna del director. Las imágenes de Barcelona son de catálogo, espectaculares algunas de las tomas, como la realizada desde el Tibidabo, por ejemplo. La historia resulta muy ácida y transcurre a un ritmo muy controlado en todo momento por el señor Allen.
Está claro que esta no es una de sus mayores genialidades, pero es divertida y muy inteligente, y se completa a la perfección con el reparto, magnífico. Gente guapa. Javier Bardem encarnando a un pintor barcelonés, Juan Antonio, de mente e ideas libres; Penélope Cruz, en el personaje de María Elena, su ex mujer -el personaje más divertido- con la que aún mantiene un extraño idilio.
Por último, Rebecca Hall -Vicky-, bellísima y, a mi gusto, bastante bien en su papel; y Scarlett Johansson (Cristina), que es casi borrada de la pantalla por Rebecca Hall, y sobre todo, por Penélope Cruz, que cuaja una actuación perfecta. Su personaje le da el toque cómico esencial, es el personaje allenesco por excelencia.
La película no es ninguna maravilla que vaya a quedar para los libros de clásicos, pero, como dije antes, es muy divertida. Me siento obligado, para terminar, a hablar de la banda sonora, compuesta por canciones tan dispares como Entre dos aguas, de Paco de Lucía, o la pegadiza canción de Guilia y los Tellarini. En definitiva, una película recomendable para una sesión de Woody.