jueves, 28 de mayo de 2009

Sobre la fotografía (IV): La instantánea

El chico coge su máquina, por fin. Todo, absolutamente todo el día anterior había estado pensando en lo que le depararía el próximo. Siempre respondía a su llamada, en cualquier momento. A menudo pensaba, incluso, que su modesto equipo era la única fidelidad que guardaba aún el mundo con él.
La ciudad se había vestido con sus galas más grises para el gran día. Incluso en la parte superior de su cuerpo abstracto se había colocado un velo de igual tonalidad. Esperaba engalanada, mientras en algún punto lejano, se remiraba en el espejo cristalino del mar, para no tener arrugas en el vestido.
En aquel día sólo posaría, sonreiría, dejaría grabado para la posteridad más lejana su aspecto. La ciudad, tan violentamente dulce, albergue de toda historia como entorno ficticio, tal vez fingido, tal vez no.
Él camina como un soldado, firme, mirando a su alrededor, en actitud vigía; su equipo en la mano, a veces al cuello. Preparado para la batalla, siempre cargado, dispuesto a llevar a cabo su cometido. Juez y parte, también elemento ajusticiado, decide, instado por el simple gesto del chico que le porta, a quién aplicar una dosis de destino, fatídico o no, eso es lo de menos.
Repentinamente, casi sin percatarse, ha elegido ya el quién para este momento. Busca la mirada, no quiere hacerlo por la espalda, sería cobarde. La encuentra, ojos de noche. Sí, dispara. Quién sabe si por última vez, miran unos ojos que en el papel revelado adquirirán la tonalidad del ochenta y uno por ciento de negros en la escala de grises, y que reflejarán, casi imperceptiblemente, al chico empuñando su cámara. La magia de la instantánea, la magia de la fotografía.

domingo, 24 de mayo de 2009

Sobre el efecto contagio de una sonrisa

No hay nada mejor para estar bien que ver a alguien sonreír. Es contagioso. Hoy es un día de tormenta, aparentemente grisáceo y nostálgico, pero una sonrisa lo hace alegre, sobre todo si es prolongada y de belleza tal como la que tú me has regalado. Tú, también de ojos oscuros. Estos últimos días tengo una extraña fuerza reivindicativa para con los ojos marrones -y en definitiva oscuros-; por qué nadie se acuerda nunca de los ojos marrones.
Es frecuente que por el motivo que sea necesitemos un cambio de aires, una huida, una especie de expiación de nuestros ahogos y angustias. Cada uno la busca de manera distinta -incluso acorde con su personalidad-: el introvertido la busca en los libros, el que no lo es, amparado en un conjunto de personas, el de mentalidad suicida saltando desde el noveno para comprobar si sigue teniendo alas...
Hoy mencionaste a mis musas, cuando a ciencia cierta sabes que tú podrías engrosar esa enumeración, amiga. Esta tarde te escuché contar historias mientras tomábamos café en mitad de la tenuidad lluviosa que nos envolvía más allá de las ventanas, en el café que podría ser el nuestro, sin más. Y me contaste tu miedo, ese que tú y yo sabemos, y que todos presentimos alguna vez contemplándonos desde el marco negruzco de la puerta. Sonreíste, y me contagiaste tu sonrisa.
Siempre estoy feliz, aunque no esté contenta, has resuelto convincente. Y yo resuelvo ahora que es seguro que volverán los versos, volverán las palabras, lo sé, lo llevas escrito en la mirada. Llueve, hay tormenta, y ahora tenemos la deuda de una tarde de fotografías en blanco y negro, como la noche de hoy. Ahora mismo preciso el cambio de aires del que te hablaba líneas atrás, pero esta vez sí denoto mis alas a mi espalda, que hasta ahora sólo eran suturas. Abro la ventana y el viento me recibe, mientras pienso en todos mis alter ego que se han lanzado al vacío.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Nimiedades

"A veces
alguien te sonríe tímidamente
[...]
miras a quien te mira y quisieras tener el poder necesario para ordenar
que en ese mismo instante se detuvieran todos los relojes del mundo".


A veces una sonrisa tímida, una mirada entre la multitud, puede derivar en una atracción incontenible que quién sabe donde nos llevará desde ese momento en adelante. Una conversación que empieza en cualquier punto de la ciudad con el pretexto más banal y absurdo que puedas imaginarte, puede desembocar en un amor incondicional o en la más profunda de las enemistades.

¿Nunca en una cafetería te has fijado en su pelo largo, oscuro, y has pensado que la ciudad estaba hecha para vosotros? ¿Y tú, nunca has pensado al cruzarte con él en cualquier pasillo estrecho que tiene los ojos marrones, como tú, y que querrías morderle el cuello? Las pequeñas fijaciones son las que despiertan los sentimientos más grandes.
Muchas veces todo esto se contiene -sigo sin ser capaz de averiguar un porqué-, y todo fluye con el tiempo, hasta que pasa. Los trenes marchan y cuando suena el silbato es difícil subirse a ellos, el riesgo es mayor. Pienso que las oportunidades no pueden dejarse pasar si realmente importa lo que en ellas se nos puede escapar.
¿Acaso no es verdad que mirándola remover el azúcar en el café te diste cuenta que sus ojos son de la misma tonalidad del café solo? ¿Dirías que nunca has pensado que lo vuestro era especial y que lo supiste desde el primer día? A lo largo de los días hay miles, vuelan cientos de ideas similares, que rondan la atmósfera en la que respiramos, es más, inhalamos estos pensamientos a menudo, sin darnos cuenta. Prueba a descomponer en el aire los tuyos, con cuidado de que no te los robe el viento, y busca con una mirada a tu alrededor una musa, tal vez vestida de azul.

domingo, 17 de mayo de 2009

Miradas de café y palabras desaprendidas

Siempre es más fácil aprender a hacer algo que desaprenderlo después. Solemos pasarnos la vida buscando cómo hacer una cosa, cómo conseguir lo que deseamos, cómo encontrar ese destino que, suponemos, está escrito para nosotros. Solemos hacerlo. Intentamos buscar todo esto en cada cosa que se nos viene a las manos o que acude a nuestro pensamiento. El amor en un café con hielo, la amistad en una película, una sonrisa en el momento más crítico.
Somos buscadores de similitudes a las que aferrarnos, de almas gemelas, tal vez. Si es que existen de verdad como dicen. Yo creí haber encontrado una vez la mía, puse todo mi empeño en conservarla; ahora me gustaría saber si es de verdad ella o no. Tratamos de cruzar cada mirada y denostar en ella todo lo que nos cruza la mente, todas nuestras inquietudes, las vicisitudes interminables del destino.
Sospecho que todos alguna vez tenemos que desaprender algo de lo que asimilamos, pese a que haya tareas y actividades en que prácticamente es imposible. Igual que cuando aprendes a montar en bici ya no lo olvidas, cuando recorres una ciudad siempre sabes situarte en el mapa, y marcar con una chincheta todos los recovecos que visitaste, o si miras detenidamente tus ojos es difícil que se olvide una mirada. Todas esas tareas pasan a engrosar nuestro patrimonio humano, atestado de actividades sin utilidad alguna, pero que conforman el ser humano en sí mismo.
No puedo, ahora no puedo olvidar lo que no aprendí nunca, no me pidas que haga eso, ni tampoco que delegue a otros fueros lo que sí me enseñaron alguna vez. Y no puedo olvidar que tengo algún café pendiente, contigo, que ahora leerás esto sin apenas saber de dónde proviene. Contigo, que lo leerás y pensarás cualquier cosa, y yo nunca llegaré a saber. Y con todos y cada uno de mis recuerdos vivos, entre miradas de café y palabras de lluvia.

domingo, 10 de mayo de 2009

La letra F

A la letra F y a las iniciales de las personas que guardaba consigo.

"Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña".

Jaime Gil de Biedma. Amistad a lo largo.


He leído hace poco una reflexión que muchas veces me había planteado yo también. Muchas veces, lo que me hace sentir de dos maneras dispares: primero bien por plantearme cosas que gente interesante también se ha planteado alguna vez, y a la vez un poco menos original que antes de saberlo. Las personas buscamos siempre alguien que nos proteja, que nos abrigue las espaldas. No en el sentido que podéis estar pensando, si no que buscamos el amparo que nos falta en la vida en el ardor de otra.
El escritor que me hizo descubrir que no sólo yo lo había pensado alguna vez lo explicaba así: "Es el pecho de otra persona lo que nos respalda, sólo nos sentimos respaldados de veras cuando hay alguien detrás, lo indica la propia palabra, a nuestras espaldas...". El ejemplo más visual de esto es la forma de dormir de un matrimonio, espalda contra espalda, postura en la que se saben protegidos de cualquier inclemencia que pueda alterar su estado de sueño. Su reflexión continúa durante amplios párrafos -y es interesante- pero no es lo que quiero contarte aquí ahora. Si te interesa puedes exigirme la cita, o una cita, lo que tú prefieras.
El caso es que desde no mucho tiempo atrás vengo saboreando lo que se siente cuando tienes protección, cuando te sabes respaldado por un grupo de personas que reconoces como amigos. Importante es reconocer a una persona como un amigo. Puedes conocer a alguien. A lo largo de cada día es posible que conozcas cientos de personas, pero sólo con aquellas a las que reconoces cuando ves a lo lejos es con las que te sientes más próximo. Reconoces sus nombres, aunque a menudo les damos demasiada relevancia. Reconoces su nombre -decía-, Nacho, su cara, Daniel, su cicatriz, Ana, sus aficiones, Lorenzo, su acento, Tamara, sus sueños, Pablo. Reconoces todo eso, y es lo que te hace sentirte dentro del círculo, porque en ellos intuyes la misma sensación.
Círculos. Qué es la vida, acaso círculos infinitos que se traban una y otra vez. Todo. Los dibujos se basan en círculos, las letras son círculos, luego las palabras acaban por serlo. Tal vez la letra más importante para mí haya sido la F, y el círculo del tiempo en el que me topé con ella y con todas las iniciales que incluye consigo. Y con todos los puntos marcados con chinchetas de colores en su mapa geográfico. El valor de sentirse acogido, de conocer -o reconocer- que te encuentras por fin dentro de un círculo, que pensabas que nunca encontrarías en esa inicial F. La importancia de sentirme vosotros, amigos, amigas.


martes, 5 de mayo de 2009

Breve sobre la condición de la vida

A L. R. G.

La vida es perra, amigo, y tú y yo ya lo sabíamos de sobra. Pero tenemos que darle gracias aún por seguir permitiéndonos ver una nueva tormenta desde el umbral de la ventana, o porque nos concederá, al menos, otro amanecer rojizo. O por ese otro café que nos dejará tomarnos juntos cualquier día.
Es sombría, pero aún teniendo esta condición de oscurantismo, suele dejar entrever luces entre la negrura. Como un faro que nos señala el camino menos tortuoso, para que, al menos, finjamos ser felices con algo de coherencia.
No tratemos de entenderla, pues no está hecha para eso. La vida es perra, sin más, es una cualidad inherente a su condición de vida. Hay cosas que duelen, pérdidas, traiciones, caídas, pero tú y yo sabemos que siempre queda algo por lo que seguir. Un abrazo que recibir, una mano de ayuda tendida.

En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano

En algunas ocasiones una vida puede resultar suficiente historia para una novela. Sobre todo en el caso de la literatura francesa. Así lo demuestra Patrick Modiano en su café de la juventud perdida, en el que nos lleva a seguir el rastro de Louki, una muchacha que transitaba por el café Le Condé de París, durante todas sus páginas.
Modiano escribe con una sencillez y una dulzura envidiable, lo que hace que este libro, pese a no albergar una gran historia -ya dije que se trata sólo del rastro de Louki- se convierta en una lectura muy agradable y sencilla. Hay algunos escritores que sólo por su escritura merece la pena leer.
El café Le Condé, que a mi juicio, es el café de su juventud, se presenta como el típico café en el que se reunían los bohemios parisinos, los estudiantes y los poetas y escritores de la época. Un café impregnado de cultura y vanguardismo.
La novela además centra sus páginas en la búsqueda de identidad de la propia Louki, a lo largo de su historia, y indirectamente de todos sus acompañantes, aportando además un fuerte poso sobre la memoria y su actuación en nuestra mente.
Como ya dije, la escritura es muy buena; resalto un episodio del principio en el que el narrador acude a dialogar con un hombre a su casa y al salir se imagina como se sentará en el sillón sin ganas, encenderá la tele por recibir algo de compañía y pensará en su mujer, que ya no está en aquella estancia. Un pasaje realmente bello, como algunos de los que encontraréis en este libro.
Merece la pena pasar un rato con él, aunque como ya dije es muy francés en cuanto a la historia y su desarrollo. Como escuché decir a mi amigo, es un libro que sólo por el título y la fotografía de portada ya merece la pena tener, acompañado además de una buena escritura.

sábado, 2 de mayo de 2009

Polvo en el viento

Hace una noche maravillosa. Me encanta pasear este tipo de noches, en compañía. Al final acabamos sentados, en el césped, hasta un momento de la madrugada, corta, y tan larga a la vez. A veces se necesita hablar, simplemente hablar, no sabemos de qué, ni con quién, ni con qué propósito. Solamente lo necesitamos. Para sentirnos mejor.
Así, en el césped nos alcanzó la noche, después de andar persiguiéndonos durante unas cuantas horas. Tras sentarme y acariciar la textura verde del suelo, te miré, amiga. Y allí estaban, por si dudaba, los ojos más celestes que haya conocido jamás, a mi lado. Pero no siempre que cambiaba mi vista eras tú la que estaba sentada a mi izquierda. La memoria me ha jugado malas pasadas en algún momento. Al girarme a mirarte mientras me hablabas, en algunos momentos, esta noche, la he percibido a ella. Pero no era un recuerdo triste. Los ojos azules se han revestido verdes: habitualmente las pretensiones de hablar sin tener mucho que decir me las curaba aquella. No es que la persona que estaba hoy conmigo -tú, amiga- sea peor ni mejor, no, nada de eso; simplemente era otra.
El silbido de la noche, en ese lugar que a partir de hoy será el lugar de nuestra amistad, más allá de cualquier cosa; me devuelve imágenes de un pasado no muy distante en el que también estabas tú, que ahora estás junto a mí. Un pasado del cual huyo, cobarde, o así al menos lo intento a veces. Imágenes de nuestra felicidad, de tristeza, de la nostalgia, aquella alegría sin razón, o simplemente de noches como esta, en las que hablaba sin tener nada que contar, sólo por el hecho de liberar palabras, y con ello la tristeza inherente de tu probable partida.
Por si fuera poco, mi amigo -nuestro amigo- hoy punteó varias veces en su guitarra Dust in the wind; y su rasgueo me asaltaba la lucidez inevitablemente, haciendo el recuerdo todavía más notorio. Preciosa melodía, y preciosas palabras que no podía parar de tararear, con la torpeza invariable, por mi parte, en esta destreza. La noche se desnuda ante nuestra atónita mirada, el ambiente es hechicero, y nosotros, solos, seguimos charlando, de nada y de todo a su vez. De vez en cuando el viento sopla y parece que intenta decirme algo. He intentado poner todos los sentidos en intentar descifrar su mensaje. El viento me trae polvo, polvo de su recuerdo. Dust in the wind...